A mi hija Mariana
Hurgo en las múltiples razones que me llevan a estar del lado de
la Revolución y encuentro que entre la gran cantidad de motivos prácticos y
tangibles que he podido vivir y conocer, hay uno en específico que me da
especial alegría, porque antes de que Chávez llegara a la escena política de
nuestra nación esta era un área que se encontraba particularmente golpeada en
la vida entera de nuestro pueblo.
Recuerdo, entonces, a María Teresa Chacín en el año 83, entonando la
popular canción “Mi país”, donde enumeraba parte de nuestra diversidad
geográfica y apelaba a la conciencia y voluntad de todos en función de forjar
un futuro. Fue una pieza musical que creemos tuvo mucho éxito porque intentó dar
alivio al maltratado amor propio del venezolano en el momento histórico en que apareció:
la severa crisis económica que desembocó en la devaluación del bolívar,
conocida como el Viernes Negro, y que llevó a muchos a despotricar de nuestra
tierra con el quejumbroso inicio discursivo “¡Es que en este país…!”. Esa frase,
que denotaba la impotencia del venezolano frente a la dura circunstancia que
atravesaba, era usada en la canción con un giro semántico positivo que alentaba
el orgullo patrio. Un orgullo profundamente herido en ese instante no sólo por
esa debacle económica, por supuesto, pero ella sintetizaba, en cierto modo, la devastación
que nuestra nación petrolera había sufrido en diversos aspectos.
Precisamente esa sensible, inmaterial, esencial y decisiva área
que intentaba reconstruir en los años 80 la aludida canción es la que hoy me
impulsa con mayor empeño a apoyar esta Revolución bonita en la que, por fortuna,
nació mi hija. La autoestima hasta ahora alcanzada, el orgullo de sabernos
soberanos, nuestros y dueños de nuestro destino me produce una indecible alegría
que en aquel entonces casi no sentía, entre otras razones, porque esa sensación
de apego, de arraigo por lo nuestro existía muy escasamente en el país, por lo
tanto, esa juventud a la que pertenecí buscaba identidad y valores en lo
foráneo, más que en su tierra patria, de modo que buena parte de la ciudadanía
padecía de una esquizofrenia ideológica no diagnosticada. Se respiraba,
entonces, una vergüenza del ser nacional y un desprecio por las manifestaciones
autóctonas que, en la actualidad, gracias al trabajo, la formación, la
constancia y la claridad de ideas, vamos disipando.
Esa es la razón de mi dicha y de mi cariño por la Revolución,
porque me ha dado la libertad de vivir en un país con un amor propio que se
eleva tanto que está logrando que todos juntos sintamos la honra de ser venezolanos.
Rosa
Elena Pérez Mendoza